Cuento


"El Resplandor de Sus Alas"

Amanda, regrasaba del trabajo a la caída del sol. Mientrás cruzaba el parque cercano a su casa, escuchó un ruido que la aletó. Se giró y encontró, acurrucada en un banco, a una jovencita. Se acercó lentamente a ella y, cuando la chica levantó la cabeza, halló en sus ojos marrones una mezcla de tristeza, dulzura y misterio.
-¿Qué haces aquí, niña?- le preguntó.
La joven recelaba de ella escondiéndose bajo un manto, pero, al comprobar que Amanda permanecía en silencio a su lado, dijo en voz baja:

- No soy de aquí y no tengo adónde ir.
- ¿Quieres venir conmigo? Te ayudaré a regresar a tu casa.
- No, no... por favor. Vete, dejáme sola...
- Tranquila, niña tranquila. ¿Cómo te llamas?- insistió Amanda mientras acariciaba su cabello. Parecía haber pasado muchas penalidades.
- Luciérnaga- respondió, bajando lentamente los párpados.
- ¡Qué precioso nombre! Anda, incorpórate y ven conmigo. No voy a hacerte daño. Tengo una niña de edad. Te daré de comer, podrás bañarte, descansar y mañana será otro día. No puedes pasar aquí la noche sola.

A duras penas, consiguió convencerla. Ya en su casa, Amanda se la presentó a su hija y ambas se sonrieron como si se conocieran de Siempre. Mientrás avanzaban por el pasillo, Luciérnaga pudo ver que Paz -que así se llamaba la otra niña- caminaba con Dificultad.

Madre e hija trataron a la joven con esmero y sumo cuidados hasta hacerla esbozar más de una sonrisa. Luciérnaga fue relajándose y sintiéndose muy reconfortada y, al cabo de unas horas, la joven se abrió a ellas con una sorprendente pregunta:

- ¿Creéis en la Magia?
- ¿En qué tipo de magia?- preguntó Amanda.
- En la que transforma la Maldad en Bondad y el Miedo en Amor.
- Claro que sí. En eso creo que consiste la Felicidad, pero, ¿no eres muy joven para tanta Sabiduría?.
- Tal vez, aunque mi edad no es la que aparento ni mi Vida la que podéis imaginar. Os costará creer lo que voy a contaros si me escucháis sólo desde la razón, pero os ruego que me atendáis abriendo vuestros corazones: Soy un Hada del Bosque Oscuro. Un Hada sí -repitió ante la mirada perpleja de sus benefactoras.

Un enorme y salvaje Troll le dio ese nombre cuando consiguió apagar su luz, porque temía que lo convirtiera en una estatua de piedra. Tras intentarlo de muchas manera, arrojó sobre el bosque un enorme Soplido de Ira, su propio miedo, que transformó en Sombra. Parece ser que, desde entonces, el verdor desapareció del bosque y quedó cubierto por un cielo tenebroso. Las hadas que lo habitaban, antes colmadas de Dones y dedicadas a emplear su Magia para el Bien, habían ido desarrollando un carácter agrio y amargado. Tan sólo Luciérnaga se había librado del maleficio. Cuando el Troll realizó la terrible proeza, ella se encontraba en su escondite, una cueva en la que se citaba cada día con su Preciado Secreto, el Silencio. Aquel día, cuando salió de su refugio se sintió atrapada entre tanta Oscuridad, sólo Iluminada por sus Alitas. Deslumbrada, apenas alcanzaba a ver el aciago aspecto de sus amigas las hadas, cuyos vestidos se habían deslucido; sus rostros, apagados, y sus Alas ennegrecido. Sin que nadie la informara del suceso, Luciérnaga se empeñaba en llevar a cabo acciones nobles, como regar las plantas más secas o colaborar en las tareas de sus compañeras, pero ellas no soportaban ya esa Generosidad; cada vez que daba muestra de ella, el Tribunal de Hadas Mayores la juzgaba y sometía a duros castigos para que desistiera de su Bondad.
La hadita fue perdiendo el entusiasmo por la Vida, un de las Hadas del Tribunal, que aún retenía un soplo de luz en su corazón, la citó a escondidas y le contó la hazaña del Troll y todo cuanto aconteció, afreciéndole las claves para liberarse de esa vida que le estaba haciendo infeliz:
-Debes huir de aquí hacia otro lugar donde reine la magia, pero ¡cuidado! en el trayecto tus alas irán perdiendo vigor y, para recuperarlo, tendrás que encontrar a alguién que te dé su Amor Incondicional. Luego, deberás Corresponder, de algún modo, ofreciéndole el tuyo. Cuando experimentes, como antes, que dar es lo mismo que recibir, tus alas se colmarán de energía y podrás devolverle el brillo a nuestro bosque. Sé Valiente, sal cuanto antes de aquí, porque Tu Valentía te regalará la más preciosa de las perlas: la Libertad.

Tras contarles todo esto a sus amigas, Luciérnaga sacó una varita mágica y con ella tocó las piernas de Paz. Entonces... la niña se levantó y comenzó a caminar con normalidad.
Las tres se fundieron en un abrazo mientras lloraban de alegría. Paz miró fijamente a los ojos de su hada y dijo:

- También yo me he sentido siempre como en una isla hasta que has venido a rescatarme.

Luciérnaga se despidió de Amanda y Paz, luego abrío la ventana y salió volando. Ellas contemplaban maravilladas las infinitas partículas luminosas que iban desprendiendose de sus alas, hasta que el Resplandor desapareció de su vista, camino de aquel frondoso bosque que nunca más quedaría eclipsado.

(Concha B. Agenda de las Hadas 2012. Ed. Obelisco)


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