"En un viejo reino de una antigua ciudad, un anciano, solitario y silencioso, vivía en una pequeña casa excavada en la piedra a la salida del poblado. Su existencia era más que sencilla: se levantaba en la mañana cuando el sol salía, se preparaba algo para comer y luego bajaba al pueblo, a mendigar. No hablaba con nadie (más que para agradecer la limosna) y nadie hablaba con él. Cuando había conseguido las monedas que necesitaba para comprar la comida para ese día, regresaba a su casa, de la que no volvía a salir hasta el día siguiente . Una tarde, mientras el anciano se quitaba sus raídas sandalias, golpearon a su puerta. Al abrir, un joven irrumpió en el cuarto y cerró la puerta tras de sí, poniendo el pasador para asegurarla. -Por favor, protégeme...-dijo la muchacha-, me persiguen los soldados del rey. Escóndeme... por favor... -Quédate tranquila- dijo el viejo-. puedes descansar un poco en la casa antes de seguir viaje a la tuya... -No lo entiendes... No puedo vo