Había un hombre inmensamente Rico y al que por ello mismo adulaban reyes, cortesanos, monjes, comerciantes y todo tipo de personas. Era tan rico y por consiguiente poderoso que nadie se resistía a halagarle, excepto un hombre muy Pobre que, aunque carecía de todo, tenía paz interior y equilibrio. El hombre Pobre ignoraba por completo al hombre Rico. Al hombre Rico no le bastaba que le elogiasen todos, porque había una persona que lo ignoraba. Así es la mente: todo le adulaban, pero el hombre Rico quería también el halago del único hombre que no le prestaba la menor atención. Decidió llamar al hombre Pobre y le habló de esta manera: - Te seré claro y directo. ¿Si te regalase el veinte por ciento de mi fortuna, me adularías? -Francamente, no. Sería un reparto desproporcionalmente desigual para que merecieras mis halagos - repuso tranquilamente el hombre Pobre. El hombre Rico se había obsesionado con el tema y añadió: -Pero ¿Y si te entregara la mitad de mi fortuna?...